Sobre
la única mesa
Grises
líneas sobre su rostro
yo
no tuve palabras
no
tuve hálito
Pensé
quizás que hablándole reviviría.
Hanni
Ossott
Cruza el espejo cotidiano, cuando las imágenes amasan
un pigmento múltiple combinándose con la realidad del aéreo horizonte que no se
calla, uniendo mediadores oriundos que dialogan sobre el subsuelo del espacio
para retornar a lo humano donde habita la máscara del espejismo, deseando opacar
la luz de la conciencia que extrae la imagen del abismo lo real. Hanni Ossott,
asume el eje por el sangrado hálito de ese abismo, desde su espacio poético, la
imagen, descose la médula del ser cuando hay que unir voces para darle dignidad
al que vive en la noche siendo espejo de una totalidad que cada día crece,
apeteciendo ser vista jugosa en palabras. Por ello, el diálogo es una propuesta
de un artista, que busca, el cuerpo de la palabra entre los nudos del espejo
lúgubre en vivencias, traspasando lo social dada por la grieta constante en lo
humano, desviviendo el pan de esperas hacia el reflejo que lo alza por las
paredes, dejando abierta la cicatriz del alma para la entrada del otro parejo
nudo: espejo y reflejo del tapiz que despliega el tejido sobre la cruz donde
brilla la palabra del silencio. Así, los puentes están sobre la única mesa, abriendo
la única puerta cuando se respira del pan recién cortado lo que palpita
plasmando iconos asociados a la preñez de espacio sacudiendo la respiración del
viento, lo visual, mensajero de la costura habitada por la voz.
“ Qué
reino buscan para llegar tan pronto?
Aún
no respiran sin ayuda,
el
pulso se acelera inalcanzable,
y en
su piel quedan huellas de otros astros,”
Eugenio
Montejo
Así se dan los buenos días con un abrir la
fuente de continuidad sobando la palabra, dándole destello al girar sus cimientos
que estremecen lo inmutable, desgranando la existencia humana el don divino de
la cúpula Madre, abrigado en el respiro que voltea la mirada hacia los ojos
de la servida mesa con piel propia, recorriendo su territorio el solo entreveo por
donde dejaron las sabias huellas nuestros ancestros, aún, lámpara reflexiva
mirando los ojos del aquí-ahora, construyendo desde la visión arraigada en los
signos universales. Siempre hay una reflexión cuando el ser, que dice cruzar el
misterio de la poesía, se aleja de los principios naturales, del resguardo
humano enlazado con lo espiritual que nos pertenece a todos. Por lo tanto, el
verdadero artista toma estos símbolos para trasmutar, dándole luz a la máscara
de lo insensible individual, junto al arrojo colectivo como
Eugenio Montejo. Los ojos son el espejo de esa dualidad moviendo los espacios,
sin dejar atrás el silencio cómplice del otro desde la redondez del arte, cumplimiento
al mostrar lo real vivido de su época, la búsqueda de la transformación,
fusionando el vuelo sobre lienzos cubiertos de signos cuando deja grabado el
testimonio lo alojado en el caracol del alma.
“mientras
un pájaro detiene el silencio
y la
noche gastada
se
ha quedado en los ojos de los ciegos.”
Jorge
Luís Borges.
Así se despierta el día llenando lo blanco de la
lluvia recién aparecida, la misma que desea incrustar su verbo entre las líneas
con su campaneo susurrando armónico por el patio. Una gran orquesta abre un
sinfín de miradas, despertando el verdor la víscera de la creación natural, libre
bosquejo hacia lo escrito. Genios poseo, en la sábila, en el deshacerse del
cariaquito morado dando visión a la danza en primera persona, para luego
continuar la batuta desde lo alto su majestuoso concierto junto a la mítica mesa. Así llega el pájaro, con su estilo sembrando el
rayo de Borges, inconfundible desde su gran biblioteca, develando el útero
mismo de la palabra, expansivo con su entorno, el gran arco íntimo hacia ese
tal vez puedan entrar en el alma del cosmos, lo metafísico sin eclipses a los videntes
de iguales noches.
Así llega las buenas noches. Esta casa tiene
oídos propios, guarda todo en sus paredes, y sólo con rozarla abre diálogos sin
estaciones de presencias; asimismo hay que saberla habitar, sabe de la entrada
pero no de la salida palabra, como un libro que va reguardando en sus grandes
hojas, los ojos alargando su desnuda puerta, leyendo desde adentro hacia afuera
y todos los reflejos dejan limpios a sus vitales espejos.
Milagro Haack
de recados menores
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