30 de mayo de 2015

La ciudad de al lado

   


La ciudad de al lado


Esa tierra que con nada se mezcla. Pero en ella yacemos y somos ella, Y por eso, dichosos, la llamamos nuestra.
Ana Ajmátova

a mi hermana Estela 


Querida hermana Alma


Hoy amanecimos con lluvia de toda la noche después de un calor infernal, ahora no para de llover y los temores se agrandan por los bajones de luz, por las alergias, por los benditos manuelitos (todavía existen) que entran por todos lados, dándose golpes, dejando sus alas –los pobres- sobre el piso. Eso me trae recuerdos del terreno donde crecimos rodeadas de árboles, de espacios para escaparnos a curiosear todo lo mágico, aquellos escondidos en el monte. Tiempos de encuentros, de ir a la misa, al colegio, caminando kilómetros para ir a otra ciudad, luego retornar a la casa jugando con lo desconocido dentro de ella, lejos de la nuestra ciudad de al lado, porque eso era, una ciudad con sus puntos cardinales, por ejemplo ¿a qué no te acuerdas el limítrofe por el sur? Pues te refresco la memoria, con la Santa Cecilia, por el norte con el Cerro Las tres Cruces, por el este con el famoso Los Nisperos, un poco más allá, estaba la bodega de Arrallago,  por el oeste con nuestro lago, el lago después del Campo Alegre. El parque y la quebrada que atravesaba toda la ciudad. 

Todo era como perfecto, sabemos que los caminos dentro de la ciudad eran muy frecuentes, muchas veces pasábamos la noche en vela, quizás, no sé si mirabas las estrellas desde algún rincón de un árbol que nos tocaba. Todo pasaba muy rápido, sin embargo, aquella pequeña inocencia nos llevaba de la mano a otros lugares como el de este hoy, con el primer aguacero caen los mangos. Bueno, mi abuela decía que no era bueno comerlos, pero no recuerdo si alguna vez le hicimos caso.

Recuerdas nuestra casa de la infancia, parecía enterrada, casi no se veía desde la calle, eso era bueno. La de la tía Olga, estaba más abajo que la nuestra y más antigua. Tenía un zaguán que daba miedo, muy limpio, demasiado limpio, pero el escape de la abuela estaba más bajo, un ranchito donde cocinaba una sopa que me gustaba y aún siento su sabor, como el de su guarapo, las caraotas. Todo junto al abismo que nos separaba de Los Nísperos. Nuestra abuela Andrea, pequeña de estatura, charlaba mucho hasta cuando estaba sola. Hay un detalle que no puedo pasar por alto la casita del Abuelo, era un misterio, llegaba directo a ella, luego salía al monte en busca de sus espacios de siembra. Él era distinto a nuestra abuela, no charlaba mucho, siempre callado cuando llegaba de su trabajo a continuar el de la casa, cuidar sus plantas de maíz.

Bueno, el día se presta para ello, es como el olor a café recién colado, con las montañas llenas de niebla y sobre todo, aquí no hay goteras, aunque por eso me levanté pensando, buscando una para colocarme debajo de ella y volverme a dormir, sin pensar en desconectar todo para cuidar los enseres vivos aún.

Hay detalles leales haciendo puentes hacia el otro lado, no sólo hacia ciudad, sino por el frío recordando la partida, esas separaciones de vida, pero mucho más las que por ley natural nos dejan un universo para seguir vaciando vistazos de  La ciudad de al lado haciéndonos llegar el aroma del patio de la tía Paula bajando la cruz de mayo, después de pasar días vistiéndola con ese amor por los ritos, siempre misteriosa, oculta tras el manto de sus andanzas llena de risas.
Todos los fragmentos alegóricos, despejando la entrada de cada puerta, de aquel patio sin altura, donde el límite no era el problema, eran los misterios, los secretos muy bien guardados en cada baúl aparentemente abandonado; todos hoy se miran uno a otros entre líneas para que otro día se disuelvan con la lluvia con cada hoja arrastrada por el mojado viento por toda su mañana, nuestra mañana de la ciudad de al lado.

Hermana  Alma, me imagino que tus recuerdos son visiones desde otro punto de encuentro, pero te doy los míos, los compartidos volando zamuras, después de hacerlas nosotras mismas, junto al recoger merey para ponerlos al fuego y comernos sus semillas bien quemaditas. Mucho más tenemos de la infancia, mucho más como los pájaros cantando, el cristofué anunciado la mudanza de alguno, hacia el último espejo. Hoy a pesar que continúa lloviendo, sin el barro del patio o la calle llena de agua para introducir los pies viniendo del colegio.

Tal vez, la Sombra se aloja por el ojo de este hoy, testigo de un mar no visto, sin embargo, la mirada, esa mirada callando la savia, el de compartir la misma sangre en un inseguro instante se unen dando abertura a esa otra ciudad que visitaremos pero, por ahora estamos bajo el cuido de aquellos días. Es bueno recorrer el puente, traer aquellos buenos piensos bajo su sombrero, custodiándonos desde el círculo del otro lado hacia este de regreso.

Un gran abrazo y siempre estoy

Milagro Haack 





de Recados menores 

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