La ciudad de al lado
Esa tierra que con nada se mezcla. Pero en ella yacemos y somos ella, Y
por eso, dichosos, la llamamos nuestra.
Ana Ajmátova
a mi hermana Estela
Querida hermana Alma
Hoy
amanecimos con lluvia de toda la noche después de un calor infernal, ahora no
para de llover y los temores se agrandan por los bajones de luz, por las
alergias, por los benditos manuelitos (todavía existen) que entran por todos
lados, dándose golpes, dejando sus alas –los pobres- sobre el piso. Eso me trae
recuerdos del terreno donde crecimos rodeadas de árboles, de espacios para
escaparnos a curiosear todo lo mágico, aquellos escondidos en el monte. Tiempos
de encuentros, de ir a la misa, al colegio, caminando kilómetros para ir a otra
ciudad, luego retornar a la casa jugando con lo desconocido dentro de ella, lejos
de la nuestra ciudad de al lado, porque eso era, una ciudad con sus puntos
cardinales, por ejemplo ¿a qué no te acuerdas el limítrofe por el sur? Pues te
refresco la memoria, con la Santa Cecilia, por el norte con el Cerro Las tres
Cruces, por el este con el famoso Los Nisperos, un poco más allá, estaba la
bodega de Arrallago, por el oeste con
nuestro lago, el lago después del Campo Alegre. El parque y la quebrada que atravesaba
toda la ciudad.
Todo
era como perfecto, sabemos que los caminos dentro de la ciudad eran muy
frecuentes, muchas veces pasábamos la noche en vela, quizás, no sé si mirabas
las estrellas desde algún rincón de un árbol que nos tocaba. Todo pasaba muy
rápido, sin embargo, aquella pequeña inocencia nos llevaba de la mano a otros
lugares como el de este hoy, con el primer aguacero caen los mangos. Bueno, mi
abuela decía que no era bueno comerlos, pero no recuerdo si alguna vez le
hicimos caso.
Recuerdas
nuestra casa de la infancia, parecía enterrada, casi no se veía desde la calle,
eso era bueno. La de la tía Olga, estaba más abajo que la nuestra y más
antigua. Tenía un zaguán que daba miedo, muy limpio, demasiado limpio, pero el
escape de la abuela estaba más bajo, un ranchito donde cocinaba una sopa que me
gustaba y aún siento su sabor, como el de su guarapo, las caraotas. Todo junto
al abismo que nos separaba de Los Nísperos. Nuestra abuela Andrea, pequeña de
estatura, charlaba mucho hasta cuando estaba sola. Hay un detalle que no puedo
pasar por alto la casita del Abuelo, era un misterio, llegaba directo a ella,
luego salía al monte en busca de sus espacios de siembra. Él era distinto a
nuestra abuela, no charlaba mucho, siempre callado cuando llegaba de su trabajo
a continuar el de la casa, cuidar sus plantas de maíz.
Bueno,
el día se presta para ello, es como el olor a café recién colado, con las
montañas llenas de niebla y sobre todo, aquí no hay goteras, aunque por eso me
levanté pensando, buscando una para colocarme debajo de ella y volverme a
dormir, sin pensar en desconectar todo para cuidar los enseres vivos aún.
Hay
detalles leales haciendo puentes hacia el otro lado, no sólo hacia ciudad, sino
por el frío recordando la partida, esas separaciones de vida, pero mucho más
las que por ley natural nos dejan un universo para seguir vaciando vistazos
de La ciudad de al lado haciéndonos
llegar el aroma del patio de la tía Paula bajando la cruz de mayo, después de
pasar días vistiéndola con ese amor por los ritos, siempre misteriosa, oculta
tras el manto de sus andanzas llena de risas.
Todos
los fragmentos alegóricos, despejando la entrada de cada puerta, de aquel patio
sin altura, donde el límite no era el problema, eran los misterios, los
secretos muy bien guardados en cada baúl aparentemente abandonado; todos hoy se
miran uno a otros entre líneas para que otro día se disuelvan con la lluvia con
cada hoja arrastrada por el mojado viento por toda su mañana, nuestra mañana de
la ciudad de al lado.
Hermana Alma, me imagino que tus recuerdos son
visiones desde otro punto de encuentro, pero te doy los míos, los compartidos
volando zamuras, después de hacerlas nosotras mismas, junto al recoger merey
para ponerlos al fuego y comernos sus semillas bien quemaditas. Mucho más
tenemos de la infancia, mucho más como los pájaros cantando, el cristofué anunciado
la mudanza de alguno, hacia el último espejo. Hoy a pesar que continúa lloviendo,
sin el barro del patio o la calle llena de agua para introducir los pies
viniendo del colegio.
Tal
vez, la Sombra se aloja por el ojo de este hoy, testigo de un mar no visto, sin
embargo, la mirada, esa mirada callando la savia, el de compartir la misma
sangre en un inseguro instante se unen dando abertura a esa otra ciudad que
visitaremos pero, por ahora estamos bajo el cuido de aquellos días. Es bueno
recorrer el puente, traer aquellos buenos piensos bajo su sombrero, custodiándonos
desde el círculo del otro lado hacia este de regreso.
Un
gran abrazo y siempre estoy
Milagro Haack
de Recados menores
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