La visita
“La vida es aquello que te va sucediendo mientras te
empeñas en hacer otros planes."
“John Lennon
Nunca se espera volver
los años ocupados. Siempre se dejan balanceándose en la sedienta mecedora,
olvidada muy lejos de la cinco de la tarde. Pareciera que en algún instante,
todas las horas, se unieron a las mañanas cuando se caza a través de una foto
el cómo amanece por los lares, donde se vive o se intenta vivir distante del
murmurio diario.
Nos dijeron que
llegaba a las tres de la tarde, a la plaza, siendo referencia para todos los habitamos
de estas casas, ya de edad avanzada, porque muy de veras, están hasta cansadas
de escuchar pasar sólo el viento, a las hojas arrastrándose, quejándose de ir
cuesta abajo siempre, no puede ser de otra manera, no puede ser invertido, no
pueden amontonarse en frente de la casa, sino pasar, con su inconfundible repetido
sonido, hasta la esquina y luego seguir bajando hasta volverse polvo, como los
huesos de un preso, uno de tantos, muy nombrado desde hace ocho años. Cosas,
llamando la atención. Cosas, que día tras día, opacan la testaruda rutina de
salir y cerrar la llave principal del agua, y muy temprano, antes de ver el
abanico del amanezco, abrirla por precaución, digo, por ahorro, para que los
vecinos no pregunten tanto. Siempre se inventa algo, para no quejarse de no
tener para pagar un plomero, porque igual que la electricidad cuando regresan,
vaya, que dañan los enseres, bueno, ya eso es tan conocido como los vidriosos huesos
del recordado preso por un 11 de abril.
Muchas cosas no se
dicen, muchas cosas pasan por los días, y la gente no le da importancia. La
gente está durmiendo otra siesta, en otro país, que no es este. Pero será un
buen tema de otro recado menor. Hoy, son
los huesos entrando por escuchas golpeándote la imagen, regresándote la visita,
esa que nunca llegó, porque se fue a buscar a un hermano muerto, otro preso,
otra forma de vivir en una prisión donde los espacios son irrespirables.
Respiras, el aire del otro. Respiras hasta el pensamiento de otro, por ello, se
invade el cerco, luchan por poder moverse, entonces, viene ese intercambio poco
prudente, un poco más como le dicen, llegan los verdes. Esa visita, de verdad, no
es bienvenida, digo para ellos. La visita de este lado, llega con tan malas
noticias, callando las hojas, entrando el frío, un frío raro, muy de los
diciembres de otras épocas, invadiendo lo calmo, de servirse un té de toronjil,
porque el café se fue, se fue muy lejos, muy casadito con la harina, que es la
amante del pollo, y así sigue la cadena, llegando la muerte alojada en otra provincia,
aunque no toque la puerta de esta casa, aunque viva como una presa.
Marca la hora de sacar
la mecedora, ver sentarse la abuela, después de estar todo el día dando ese
trazo para otra mañana. Por fin, la veo, por fin llega de la escuela, por fin,
encuentra la encrucijada dándole un chance de salir corriendo por si se le hace
tarde. Pero el canto, la vista de los atardeceres, siempre vuelven mientras la
veo pintando los cuadros para jugar el avión en todo el frente de la casa,
nunca un poco más allá, siempre justo, dejando espacio, dando espacio para ver
llegar las visitas de los hijos, todas las tardes, bendiciendo su llegada y por
supuesto su partida, a la misma hora cuando ella dejaba de mecerse y se despide
de todos. En ese preciso instante, el
viento comienza arreciarse, borrando las alas del avión y la observadora de
todo, la pequeña buena nueva corre también detrás de la tarde para que no huya,
y regrese con el otro día.
Todos nos miramos, esperamos,
la visita. No había mucha gente, pero lo bueno era saber que alguien importante
estaría en la plaza, escuchando los problemas cotidianos de todos los que
vivimos por estos lares. Dijiste otra vez lares, di por este pedazo de tierra
que inhumanamente cortaron sus árboles preñados de naranjas, en otros tiempos,
en otras épocas se saboreaban, porque de terreno a terreno se podía saltar la
cerca, ojo no la talanquera.
Esperamos; una hora
fue suficiente, después, no hay esperas, después, no me digan que llegó a la
hora de las brujas, cuando se confunde la tarde con esa milésima de segundo casi
escuchando las campanadas de la iglesia marcando un medio circulo por las
cuatro caras de su reloj, justo a tiempo, para salir corriendo, entre las
noticias, la ausente visita, la llegada y la despedida trazando otro cuerpo, ya
ido, más desnudo que como nació. Y eso
pasó, si, de verdad, mira, aún está en primera plana, y qué dice, que están mal,
y qué más, bueno que el descabezado, es otro, otro qué; se queda mirando la
puerta, entreabierta, se dio cuenta de que si había una visita, se voltea, la
mira fijamente, mientras ella, la visita, está recogiendo los pedazos de un
diario por donde aún, brotan lágrimas de muchas familias y la visita…; a no, lee
tú, cómo te gusta la cosa fácil y después dices lo contrario, como los
políticos, después me culpas, me censuras y demás hierbas.
No fue fácil, responderles a las venideras preguntas, sin embargo, aún no puedo comprender, esos qué, que tanto le encantan a la aseadora visita. Vuelve, a mirarla, después de una larga pausa, decide, mostrarle todas las noticias, impactantes, presos, y sólo se santigua y entre dientes repetía: Dios protege a mis hijos, Sus hijos, dije, ellos no están presos o si. Se miran y como recordatorio en coro gritan: Todos estamos presos.
.
Milagro
Haack
De Recados
menores:
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